No es la velocidad. No, no lo es.
Es muy frecuente en el campo de la Seguridad Vial que se busquen analogías que nos hagan cobrar conciencia de la gravedad de algunos comportamientos y su impacto, nunca mejor dicho, sobre nuestra seguridad. La amenaza de las posibles consecuencias de nuestros actos, ya sean estos voluntarios o no, es lo único que parece que nos puede hacer reflexionar y enmendar nuestra manera de proceder.
Reconozcámoslo, no siempre prestamos la debida atención a lo que estamos haciendo y, cuando se trata de conducir, nuestro nivel de exigencia y responsabilidad debería aumentar, lo que no parece ser la norma. Las actividades que hagan que nuestras capacidades disminuyan, o que dividan nuestro nivel de atención, son absolutamente irresponsables, cuando no directamente punibles, en el momento que pueden afectar a terceros.
Pero volviendo al tema principal de las analogías, una de las más habituales es la de la velocidad. Todos hemos leído o escuchado algo parecido a esto: “un impacto a 45 km/h equivale a la caída libre desde un tercer piso”, “chocar un vehículo a 60 km/h es equivalente a caerse desde un edificio de 5 pisos de altura”, o “a una velocidad de 80 km/h es como si el coche cayese desde una altura de 25,1 metros”.
Bueno… no es como, ¡es exactamente eso! Un objeto en caída libre, despreciando efectos aerodinámicos, soltado desde una altura de 25,1 metros, llega al suelo con una velocidad de 80 km/h. La fórmula a utilizar es muy sencilla si se tienen en cuenta las unidades:
siendo v la velocidad final, g la aceleración de la gravedad (9,81 m/s2) y h la altura desde la que se produce la caída.
¡Bien visto! Sí, es cierto, la forma y la masa del objeto no influyen en la velocidad final.
Donde sí que influye la masa es sobre la energía puesta en juego. En nuestro caso, la energía cinética:
siendo EC la energía cinética, m la masa y v la velocidad.
La ecuación anterior expresa que la variación de energía es proporcional a la masa y al cuadrado de la velocidad. Es decir, si duplicamos la masa se duplica la energía que hay que disipar para volver a una condición de reposo, mientras que si duplicamos la velocidad la energía se cuadruplica. Esta relación tiene importantes implicaciones en el campo de la seguridad y es el motivo por el que se hace tanto énfasis sobre la velocidad.
Así pues, estábamos cayendo desde una altura de 25 metros alcanzando una velocidad de 80 km/h… ¿Y? ¿Qué ocurre entonces?, ¿nos hacemos migas?
Evidentemente no es la velocidad, es el modo en el que frenamos o, lo que es lo mismo, la deceleración sufrida, lo que se traduce en mayores o menores fuerzas, y a su vez en mayores o menores daños.
Lógicamente, no es lo mismo colisionar con un objeto indeformable que hacerlo contra otro que sea capaz de absorber parte de esa energía presente. Así, si prestamos la debida atención y terminamos de leer las noticias a las que nos referíamos anteriormente podremos apreciar el matiz: “La energía implicada en una colisión contra un objeto rígido es comparable a la caída al vacío desde una determinada altura”.
Por tanto, el mero conocimiento de la velocidad no determina el nivel de daños que podemos esperar en un accidente, siendo muchos los factores que determinan su severidad (dirección, rigidez del obstáculo, uso apropiado de los sistemas de retención, capacidad de absorción de la estructura del vehículo…).
Afortunadamente, aunque el obstáculo que nos encontremos sea totalmente rígido, no lo será el vehículo en el que circulemos.
De esto hablaremos otro día.
Sean prudentes.